lunes, 1 de febrero de 2010

La violencia como máscara

Por la Lic. Rosa Giordano


Podríamos decir que “Son tiempos duros, pero postmodernos”, contrahaciendo un refrán italiano.
La violencia social, por la magnitud y multiplicidad que ha alcanzado, necesita ser reconocida como una epidemia que en poco tiempo superará a cualquier enfermedad como causa de daño y muerte de los seres humanos. Usamos violencias, en plural, para subrayar el carácter multifacético de este problema y la variedad de contextos en que se manifiesta.
Organizaciones mafiosas, jóvenes violadas y asesinadas, familias asaltadas y torturadas en la intimidad de sus hogares, turistas asaltados en plena calle, chóferes de colectivos mutilados por nada, comercios desvalijados, ajustes de cuentas, tráfico de drogas, trata de personas y un largo etcétera de delitos.
Es terrible la violencia generada a nuestro alrededor, fruto de unas leyes permisivas que actúan de reclamo para la delincuencia nacional e internacional.
Y no hay futuro para ellos, sólo violencia, pues no hay nada que perder, no ya porque no tengan nada, sino porque lo que tienen no desaparecerá tras el acto y el hecho violento: no tenemos nada que perder porque no perderemos lo que tenemos.
Parece más la expresión del resentimiento por un sistema que subvierte el valor del mérito que una lucha por la justicia social, aunque es probable que la justicia social necesite del resentimiento y de la cólera. Y qué importa lo que queramos porque sea lo que sea no lo obtendremos. La equiparación del salario mínimo podría ser una reivindicación justa, pero en los tiempos que corren es más fácil desposeer a los ricos que enriquecer a pobres dándoles trabajo. Cabe recordar que la historia está llena de testimonios de que una cosa y la otra nunca van unidas, y recordar aún más que la cólera de masas nunca ha hecho más ricos a los pueblos, ni tampoco más justos.
En la búsqueda de soluciones, una de las cuestiones centrales es elucidar si los actos violentos ocurren de modo aislado o forman parte de complejas cascadas de interacciones cuyos lazos causales requieren ser revelados. ¿Es cada hecho violento un suceso único o se concatena en las complejas redes de causa-efecto de las sociedades posmodernas?
Los cuatro procesos sociales que actúan en el desconocimiento de la violencia son: tomarla como natural, hacerla invisible, encubrirla y habituarnos o hacernos insensibles a ella. Se trata de un conjunto de operaciones psicológicas permisivas que nos llevan a aceptar las violencias sociales como algo natural, legítimo, minimizado y pertinente a la vida cotidiana.
En el campo privado e íntimo, la minimización es moneda corriente. El mecanismo de empequeñecer los daños que produce la violencia aparece en el ejemplo de un señor que al concurrir a un centro de tratamiento para hombres violentos manifiesta: "Tuve un problemita con mi señora". Su señora estaba internada en un hospital con fracturas múltiples.
Y jugados por jugados, si es así, ¿para qué querer algo si basta con la mera violencia, con el mero acto para tener algo, que en este caso es ese estado de cambio material que supone pasar de la inacción a la acción? ¿No es eso, en realidad, lo que persiguen: ser otros, cambiar ellos mismos, transformarse en otro yo, un yo activo en contraposición a su yo pasivo?¿La máscara, el pasamontañas, la capucha o el pañuelo tapando la boca no son signos de que es eso lo que sucede? Encarnar el deseo de transformación social pide un rostro. Sin él, con máscara, no hay cuerpo, sólo acto; no hay individuo, sólo el violento dionisíaco retorno al seno de la tierra y del grupo.

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