CULTURA
Un cuento de chicos para compartir con grandes
Por Claudia Vázquez
En el vértigo de estos tiempos, pareciera que lo único que importara es lo que el mundo exige, la forma sin contenido, quien corre mas rápido para llegar primero a quien sabe donde, lo superfluo. Nuestra obligación como adultos es mejorar cada día nuestro “mundo interior” para poder mejorar el exterior. Si el afuera está mal quiere decir que primero está mal el adentro. Este cuento que compartimos del padre Mamerto Menapace nos invita a detenernos por un momento, a bajarnos de las corrientes que nos arrastran y reflexionar sobre la integridad y la dignidad del ser humano. Que lo que haga “subir a nuestros globos” sea siempre un corazón inmerso en el “amor” y la “esperanza” para poder trasmitir a nuestros chicos que el mundo no es siempre lo que nos muestran, sino lo que cada uno va sembrando en el camino.
El vendedor de globos
Una vez había una gran fiesta en un pueblo. Toda la gente
había dejado sus trabajos y ocupaciones de cada día para reunirse en la plaza principal, en donde estaban los juegos y los puestitos de venta de cuanta cosa linda una pudiera imaginarse.
Los niños eran quienes gozaban con aquellos festejos
populares. Había venido de lejos todo un circo, con payasos y
equilibristas, con animales amaestrados y domadores que les hacían hacer pruebas y cabriolas. También se habían acercado hasta el pueblo toda clase de vendedores, que ofrecían golosinas, alimentos y juguetes para que los chicos gastaran allí los pesos que sus padres o padrinos les habían regalado con objeto de sus cumpleaños, o pagándoles trabajitos extras.
Entre todas estas personas había un vendedor de globos. Los tenía de todos los colores y formas. Había algunos que se distinguían por su tamaño. Otros eran bonitos porque imitaban a algún animal conocido, o extraño. Grandes, chicos, vistosos o raros, todos los globos eran originales y ninguno se parecía al otro. Sin embargo, eran pocas las personas que se acercaban a mirarlos, y menos aún los que pedían para comprar algunos.
Pero se trataba de un gran vendedor. Por eso, en un momento en que
toda la gente estaba ocupada en curiosear y detenerse, hizo algo extraño. Tomó uno de sus mejores globos y lo soltó. Como estaba lleno de aire muy liviano, el globo comenzó a elevarse rápidamente y pronto estuvo por encima de todo lo que había en la plaza. El cielo estaba clarito, y el sol radiante de la mañana iluminaba aquel globo que trepaba y trepaba, rumbo hacia el cielo, empujado lentamente hacia el oeste por el viento quieto de aquella hora. El primer niño gritó:
-¡Mira mamá un globo!
Inmediatamente fueron varios más que lo vieron y lo señalaron a sus chicos o a sus más cercanos. Para entonces, el vendedor ya había soltado un nuevo globo de otro color y tamaño mucho más grande. Esto hizo que prácticamente todo el mundo dejara de mirar lo que estaba haciendo, y se pusiera a contemplar aquel sencillo y magnífico espectáculo de ver como un globo perseguía al otro en su subida al
cielo.
Para completar la cosa, el vendedor soltó dos globos con los mejores
colores que tenía, pero atados juntos. Con esto consiguió que un tropilla de niños pequeños lo rodeara, y pidiera a gritos que su papá o su mamá le comprara un globo como aquellos que estaban subiendo y subiendo. Al gastar gratuitamente algunos de sus mejores globos, consiguió que la gente le valorara todos los que aún le quedaban, y que eran muchos. Porque realmente tenía globos de todas formas, tamaños y colores. En poco tiempo ya eran muchísimos los niños que se paseaban con ellos, y hasta había alguno que imitando lo que viera, había dejado que el suyo trepara en libertad por el aire.
Había allí cerca un niño negro, que con dos lagrimones en los ojos, miraba con tristeza todo aquello. Parecía como si un honda angustia se hubiera apoderado de él. El vendedor, que era un buen hombre, se dio cuenta de ello y llamándole le ofreció un globo. El pequeño movió la cabeza negativamente, y se rehusó a tomarlo.
-Te lo regalo, pequeño-le dijo el hombre con cariño, insistiéndole para que lo tomara.
Pero el niño negro, de pelo corto y ensortijado, con dos grandes ojos tristes, hizo nuevamente un ademán negativo rehusando aceptar lo que se le estaba ofreciendo. Extrañado el buen hombre le preguntó al pequeño que era entonces lo que lo entristecía. Y el negrito le contestó, en forma de pregunta:
-Señor, si usted suelta ese globo negro que tiene ahí ¿Será que sube tan alto como los otros globos de colores?
Entonces el vendedor entendió. Tomó un hermoso globo negro, que nadie había comprado, y desatándolo se lo entregó al pequeño, mientras le decía:-Hace vos mismo la prueba. Soltalo y verás como también tu globo sube igual que todos los demás.
Con ansiedad y esperanza, el negrito soltó lo que había recibido, y su alegría fue inmensa al ver que también el suyo trepaba velozmente lo mismo que habían hecho los demás globos. Se puso a bailar, a palmotear, a reírse de puro contento y felicidad.
Entonces el vendedor, mirándolo a los ojos y acariciando su cabecita enrulada, le dijo con cariño:
-Mira pequeño, lo que hace subir a los globos no es la forma ni el color, sino lo que tiene adentro.
P. Mamerto Menapace, Con corazón de niño,
Editorial Patria Grande, 2004
El Padre Mamerto Menapace nació en 1942 en Malabrigo, provincia de Santa Fe. En 1952, con sólo diez años de edad ingresó al recién fundado Monasterio Benedictino de Santa María, en Los Toldos, provincia de Buenos Aires. Se recibió de maestro en el Instituto de los Hermanos Maristas de Luján, en diciembre de 1958. En febrero de 1959 comenzó su noviciado como monje, donde a continuación inició sus estudios de Filosofía. Desde marzo de 1962 a diciembre de 1965 realizó su teología en Chile, en el Monasterio Benedictino de Las Condes. Ordenado cursó estudios de Biblia e idiomas por un año con destino en Roma y Suiza, en 1968. En junio de 1995 es designado como Abad Presidente de la Orden de la Santa Cruz del Cono Sur, que reúne a los monasterios benedictinos de Chile, Paraguay, Uruguay y Argentina, cargo electivo, que ejerce hasta hoy. Su obra literaria –cuentos, fábulas, poemas, ensayos bíblicos, narraciones, reflexiones- es publicada por Editora Patria Grande desde 1976 hasta la fecha, consignando 37 títulos, algunos de ellos muy conocidos y clásicos de la narrativa argentina. En 1994 recibió el Diploma al Mérito a las letras por parte de la Fundación KONEX
En 1995 le es otorgado el primer premio "Faja de Honor Padre Leonardo Castellani", primer certamen literario nacional del libro católico, por su libro El amor es cosa seria.
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